Mitologia

LEYENDAS DE OROZKO

Un gentil aprisiona a un pastor de Orozko. (Leyenda oral)
Una vez (los gentiles) cogieron a un pastor de Orozko y se lo llevaron dentro, a la chabola,  donde tenían tres o cuatro ovejas. En la chabola habían hecho fuego y tenían  el asador a calentar, porque  antiguamente, antes de meter la carne, se calentaba el asador, por si acaso tenía alguna cosa mala,
contagiosa.
El gentil se durmió y, en ese momento, como (el gentil) era tuerto, el de Orozko le metió el asador por (el ojo de) la nuca.
El gentil intentaba cogerle y el otro no podía escapar, porque tenía puesta en la puerta una piedra de cincuenta arrobas.
De vez en cuando, las ovejas querían salir y él (el gentil) las levantaba al aire con las manos y las lanzaba lejos.
En una de éstas, el hombre se metió dentro de una piel de oveja y  (el gentil) fue, le cogió y le lanzó, de forma que quedó paralizado, colgado de un haya, más abajo, apresado durante dos o tres días y en puro grito.
Las gentes de Orozko temían ir por allí.
(Narración oral transcrita bajo el título  “Jentilak
eta pastorea Orozkon”, señalada con el nº 15.3,
p. 178, de la obra “Gorbeia inguruko Etno-Ipuin
eta Esaundak”, de ETXEBARRIA, J. M. Bilbao,
1995. Versión al castellano de Pedromari
Ojanguren)

La Señora de Anboto indica, en  Supelegor, cómo  echar a andar la
rueda de la ferrería de Olarte.(Leyenda)
Hicieron una ferrería en Olarte, debajo de Urigoiti. Hasta entonces, no había ni fábricas ni nada. Y como allí había mineral para hacer hierro o algo así, construyeron una ferrería.
En el lugar de la ferrería, colocaron una rueda descomunal, de madera, para hacer funcionar aquella.
Pero, cuando quisieron comenzar a trabajar y  echar a andar la rueda, no pudieron. Y alguien les dijo:
–  Si  queréis echar a andar esa rueda, por si acaso, deberíais ir  a hacerle una consulta a la Señora de Anboto.
Y como el dueño, seguramente un gran propietario, tenía miedo, envió un arrendatario.
Éste fue a la cueva de Supelegor, a donde la Señora de Anboto y dicen que ésta tenía junto a sí un ternero, tumbado, y que ella estaba hilando; dijo el arrendatario:
– Aquí estoy.
-¿Qué me traes? -le contestó.
– Vengo a consultar – le dijo -: Fulano, ese de Olarte, – sería un señor importante, el dueño – ha construido una ferrería y no puede hacer andar la rueda y alguien le ha dicho que consulte con la Señora de Anboto.
Ésta le contestó:
– Si  queréis mover esa rueda, id a donde Fulano, Superior de tal convento, y él os dirá lo que tenéis que hacer. Porque esa rueda está sin bendecir – ¿acaso no se bendicen las fábricas y los automóviles y los
barcos? –  y la rueda no puede moverse porque un demonio la tiene retenida.
Y le dio a beber un vaso lleno de sidra.
Según una antigua creencia, en los pozos de los manantiales había serpientes peludas y a uno que bebió agua, con pelos y todo, se le formó luego una serpiente dentro y de allí vino luego la costumbre de decir “Jesús” en el momento de beber. Porque, si se dice “Jesús”, no se forma la serpiente.
Puede ser que sea verdad, ¿no? …Se cuentan cosas así y …
El otro bebió la sidra y, como tenía costumbre de decir “Jesús ”, lo hizo y dejó el vaso.
La Señora le dijo:
– Llévate el  vaso, porque , si antes ya me hacía sufrir, ahora mucho más, al decir tú “Jesús” y bendecirlo.
Fueron a donde el Superior del convento y éste vino, se puso la estola, se revistió con sus ropas y comenzó a echar la bendición.
Y con un terrible ¡ tu-rru-mu-tu !, aquella enorme rueda de madera comenzó a dar vueltas.
Todos estaban aterrados y el Superior les decía:  ¡ no os  asustéis, no os asustéis, no os asustéis … !
Dicen que, con un último estruendo, el demonio se marchó de allí y el Superior les dijo:
-¿Ya veis? Si la hubierais bendecido antes, en el momento de comenzar a trabajar, se habría movido bien. Pero, bueno, ahora ya podéis seguir, porque lo que la paralizaba antes era el demonio.
Puede ser que esas cosas sean verdad, ¿no? Mira, los que no quieran creerlo, allí tienen, en Olarte, los restos de la antigua ferrería, las piedras: que busquen su significado.


(Ibídem,  “Anbotoko Señorea Supelegorren”,
25.5,  pp. 210-221. El relato 22.1, Anbotoko
Señorea eta abadegaia, p. 211, ilumina el pasaje
del vaso: éste era de oro)
Condenados que s e   aparecen  en forma de luces en  Gallartu
(Leyenda oral)
Esos, los condenados,  en caso  de aparecer, pues  por ahí, en Gallartu, por Sintatxe, aparecían luces y, entonces, en caso de tener medallas  y escapularios, ¡ra!, se mostraban y se rezaba  “Angelus domine nuciavi marie …” y tres avemarías  y, luego,  “por las almas del purgatorio, un Padre Nuestro” y desaparecían.
Y esos, los gentiles, si pretendías darles con un palo, surgían más y, encima, grandes  como casas; también les llamaban “brujos”  y eran  muy grandes, pero, si uno mismo se lo prohibe,  no  pueden presentarse y, santiguándose, tampoco se pueden presentar.
Y a los que siguen apareciéndose, si son difuntos, hay que decirles después:
– ¿Qué ofrenda me traes?
Y él te dice que tengo este pecado o tengo esta cosa o tengo puesto un hábito o así y  que  no pueden desprenderse de ello y que, tras tocar las campanas,  el cura le librará  y  que  dejaban marcado el pañuelo con una quemadura de cinco dedos, por cierto.


(Ibídem,  “Gaueko arimak Gallartun”, 25.6, p.
221)- 168 -Orozco
Una muchacha que se peinaba constantemente,  a causa de la
maldición de su madre,  se ve obligada a  vivir en  las cuevas de
Anboto y Gorbeia, alternativamente.(Leyenda)
Dicen que estaba siempre peinándose y su madre le echó una maldición:
– Tendrás que ir a una cueva, tendrás que meterte en una cueva de Anboto y llevar allí la misma forma de vivir que ellos.
Ella se empeñó en ir y estuvo siete años allí y, entonces, su madre fue a visitarla; le preguntó qué comía y la otra le respondió que lo que se podía, por ejemplo, lagartos; después de quitarles la piel, tienen una carne muy buena y se asan en la parrilla, porque dicen que tenía allí una parrilla  hecha por ella
misma, en la que  asaba  y  comía. Algunos le llevaban pan, trozos de pan y cosillas así, y allí estaba ….
– ¡Siempre aquí, no estás bien! – dicen que le decía su madre.
De nuevo le lanzó una maldición: dicen que quería que muriera, pero no en aquella cueva, si no en otra.
Y dicen que fue a Gorbeia  y allí los pastores le ayudaban. Unos le llevaban queso, cuajada y suero para cuando tenía sed, cosas así.
Y estuvo en Gorbeia otros siete años, que dicen fueron años malos.
Luego su madre la visitó de nuevo, por lo de los años malos, y de nuevo la lanzó a Anboto con una maldición.
Y luego decían que anduvo así muchos años.


¡Ahora no sé si vive!
(Ibídem,  Anbotoko Señorea: sorrera eta
Anbototik Gorbeira, 29.1, p. 249)
Un gentil enriquece a un  pastor de  Arkotxa, Urigoiti, en  Supelegor
(Leyenda oral)
Un pastor de Urigoiti fue a la cueva de Supelegor y entró en ella. Avanzó y, en una de esas, encontró una  carbonera encendida y un  gentil a su lado, cuidándola, y éste le dijo al pastor:
– ¡Sal de aquí, el amo está durmiendo!
El pastor no le hizo caso. De nuevo le dice el otro:
– ¡Sal de aquí; toma e s t e palo medio quemado y marcha de aquí!
El pastor le responde:
– ¡Nuestro padre también prepara tizones como éste.
Y salió fuera. Pero al ver que el tizón era de oro, volvió a entrar en la cueva y le dijo al gentil:
– ¡Dame otro!
El gentil le repitió:
– Sal de aquí porque el amo  e s tá durmiendo; coge otro tizón y marcha de aquí. ¡En la casa de Arkotxa no faltarán locos!
Y allí siempre hay un tronco de esos.

 
(Ibídem, Jentilak eta pastore bat Supelegorren”,
31.1, p. 253. El relato 3.1,  Anbotoko Señorea eta
urregorria, pp. 155-157,  ilumina este final tan
extraño: tras coger el segundo tizón,  el amo se
despierta   y   maldice la casa del ladrón con la
última frase).
Un zapatero aprisiona al bandido de Lapurzulo (Leyenda oral)
Lapurzulo está en  Gorbeia. Hay allí una cueva terrible y en ella vivía un bandido al que no conseguían coger.
Cierto día, apareció por allí un zapatero y el bandido le dijo:
¿Qué haces por aquí?
El otro le dijo:
– Estoy desesperado. ¡Tengo muchos hijos y no me llega para alimentarles!
El bandido le respondió:
– ¡Pues quédate conmigo y te diré cómo se puede vivir bien!
Luego, el bandido le enseñó cómo robaba  él, cómo había que ir a robar y cómo se podía soltar en caso de que le ataran. El bandido le ató al zapatero y le dijo:
– Bueno, ¡ahora suéltate!
Y se soltó, el zapatero consiguió soltarse. Luego, el zapatero le ató al bandido y lo hizo  tan bien, que el otro no se podía soltar; el zapatero le insistía:
– ¡Suéltate!
Pero el otro no podía y, entonces, el zapatero vino al pueblo, diciendo:
– ¡¡Yo he   capturado al bandido!!
Y le dieron un premio.


(Ibídem,  “Lapurzuloko kontua”, 31.2, pp. 253-
254)
El cura de Olarte lanza su zapato para salvar al sacristán y el zapato
aparece en Austingarbin (Leyenda oral)
Cierto día de primavera, un día en que había una gran  tormenta en el pórtico de Olarte, salió el cura a conjurar la tormenta.
El sacristán estaba a su lado, con el agua bendita y el isopo, acompañándole, muerto de miedo.
Y mientras conjuraba la tormenta, el sacristán rozó la estola del sacerdote y, como éste estaba recitando la  oración, no podía hablar y decirle al sacristán que se apartara de la estola.
El sacerdote sudaba, porque veía que no podía proteger al sacristán de  los demonios y  los  del otro mundo que les rodeaban por todas partes y no lo podía proteger.
¿Qué hizo entonces el sacerdote? Les lanzó el zapato a los del otro mundo y el zapato apareció en Austingarbin, en Gorbeia. Desde Olarte hasta Austingarbin hay más de cinco kilómetros.
Cuando terminó la oración, el cura le dijo al sacristán:
– ¡Me ha costado más protegerte a ti que detener la tormenta!


(Ibídem, “Hodeia eta abadea”, 31.4, pp. 255-256)
“Txope”, de  Baranbio,  ve a la  Señora de  Anboto que entra, en
llamas, en Supelegor. (Leyenda oral)
Siendo yo joven, allí mismo, delante de la cueva, había una  carbonera y hay muchas de esas.
Y allí estaba uno de Baranbio, que le llamaban “Txope”, haciendo carbón.
Contaba cómo,  alrededor de las dos de la  madrugada,  esa que llamaban “Señora de Anboto” vino en llamas y entró en la cueva.
Y  que  el buen hombre se puso a rezar  “ s e ñ o r  mío Jesucristo”, porque “mi fin ha llegado”.
Y decían que la Señora entró en la cueva en llamas.
De eso son muchos años, cuando yo era un muchacho.


(Ibídem, “Anbotoko Señorea eta baranbioarra”,
46.1, pp. 282-283)
Al salir de  Supelegor, un sacerdote es  arrastrado por el viento
(Leyenda oral)
Lo que oí es que un cura fue a recorrer la cueva con una vela bendita y, al salir de allí, el viento le arrastró  y lo pasó  muy mal; que sus amigos lo estuvieron buscando por las gotas de cera de la vela: le habían atado a un haya.
Y luego, que si habían encontrado o no una o dos  gotas de  cera, el viento paró y el cura pudo ir a su sitio. Ocurrió ahí, en esa cueva.


(Ibídem,  “Abade bat  Supelegorren”, 46.3, pp.
283-284)
San Martín consigue que los gentiles de  Uxuluxu le revelen cómo se
saca la fundición.
Allí, en la ferrería de Uxuluxu, hace mucho tiempo, estaban los gentiles haciendo hierro…Y luego sacaban  el  molde. Pero San Martín no podía.
Dicen que uno de los de allí le dijo a San Martín:
– Pasa delante de ellos diciendo: “San Martín ha sacado el molde”.- Dicen que San Martín cantó “San Martín ha sacado el molde”.
(Entonces los gentiles siguieron):
“Si no le pone s arena, no sacarás el molde .
San Martín querido, arena, arena, arena”.
Ahora cualquier herrero sabe sacar el molde.


(Ibídem,  Etniker Bizkaia, VIII p. 154.  Para
entender la narración hay que decir que, en
euskera, molde y arena riman: “kaldea” y “area”)
Un joven de Urigoiti se enamora de una “lamia”
Un joven de Urigoiti se enamoró de una muchacha muy guapa. La gente le decía que era gentil, pero él no les creía. Un sacerdote le dijo que se fijara en los pies de la chica, a ver si tenía garras en lugar de uñas; cuando el chico se las  vio, se  murió de tristeza. La  muchacha vino al velatorio, convirtió una
cáscara de nuez en una sobrecama y cubrió con ella el cuerpo de su amado; las mujeres que estaban allí quisieron coger la sobrecama y coserla a la cama, pero, cuando llevaron el cuerpo al cementerio, la chica cogió la sobrecama y se la llevó.


(Resumen de la narración recogida por ARANA,
Anuntxi, en su tesis doctoral  “Orozko araneko
kondaira mitikoak”, p. 226. Versión al castellano
de Pedromari Ojanguren)
El cura de Santa Marina
El cura de Santa Marina también tenía una criada, pero un día ella no estuvo en casa  y el cura  tuvo que poner la leche a cocer en el fuego. La leche empezó a  subir y el cura, como  no sabía  lo que había  que hacer, fue al caserío de abajo, a Izartza, a buscar un recipiente;  para  cuando volvió, no quedaba ya leche en el puchero. Por eso se dice: “Santa Marina, con poco se hace mucho” (Andre Santa Marina, gitxiagaz asko egiña).
En la casa del ermitaño de Santa Marina, hace mucho tiempo, vivía un fraile, castigado allí por el obispo porque había tenido algún asunto con una mujer en Oquendo. Cuando llegaba la tormenta,  comúnmente desde Orduña, el fraile  recorría toda la vuelta de la ermita de rodillas y la tormenta no descargaba el granizo.


(Ibídem, pp. 323 y 325)
Los “familiares” no le dejan morir a una solterona de Olarte
Los “familiares” hacen envejecer a su dueño siete años en uno y, además, no le dejan morir, si no que lo tienen en agonía, hasta que les entrega a otro dueño.
Una solterona o viuda de Olarte estuvo no pudiendo morir y a puro grito. No quería que el cura acudiera a ungirla, pero alguien se  dio cuenta de que no podía morir por culpa de las brujas y, entonces, les dieron un cedazo y éste voló por los aires.
Dicen que esa solterona  no solía ir a la iglesia y que la idea de darles un cedazo a los “familiares” fue de un fraile . Ahora han derribado la casa de la solterona y varios de sus materiales se los han llevado a Francia.


(Ibídem, pp. 329-331)
La agilidad de “Petroleo” y las brujas
“Petroleo” vivía en Jauregia y era pastor en  Gorbeia; era terriblemente agil; le pusieron ese mote porque le gustaba el anis y, al parecer, de él sacaba su famosa agilidad.
Dicen que utilizaba a las brujas porque, por fiestas de San Antolín, montaban una plaza de toros de madera ante  el Ayuntamiento de Orozko y,  una vez,  a pesar de que la puerta de la plaza  estaba  cerrada, porque iba a empezar la corrida,  “Petroleo”  decidió que tenía que entrar: saltó por encima de una barrera de dos metros y medio y se quedó  plantado ante la presidencia, haciendo reverencias.
A la hora de morir, supo desprenderse de los “familiares”: se los metió a una cabra en el cencerro; la cabra desapareció por el aire y no la volvieron a ver, aunque se escuchó el cencerro durante mucho tiempo.
Sus compañeros pastores  de Itxingote le tentaban, diciéndole que  tenía “los de la parte mala”. “Petroleo”, asmático ya y muy disminuido, les contestaba, enfadado, que era entonces cuando los necesitaba, no cuando era joven.
Pero todos dicen que algo había, porque era muy agil: saltó el río en Uxuluxu con la ayuda de un palo para coger a una vaca montés y, otra vez  que  un perro le mató una oveja en  Gorbeia y para saber de qué casa era, le sigió corriendo desde Gorbeia hasta San Juan y desde aquí hasta Mendiola.


(Ibídem, pp. 332 y 334)
Los ferrones y el demonio
Los ferrones no conseguían hacer buen hierro y les pidieron ayuda a los demonios; vinieron estos  e hicieron hierro de calidad. Pero, luego, cuando comenzaron a beber, un ferrón dijo “Jesús ” y los demonios escaparon.  El baso quizás fuera de oro. Desde luego, antiguamente, cuando se bebía agua,
se decía “Jesús”.


(Ibídem, p. 358)
La piedra roja o piedra pelada (Harri gorri)
Subiendo de la fuente de Algorta hacia Austigarmin, un poco antes de la última cuesta, hay una “piedra roja” o “piedra pelada” (Harri gorri). Como antiguamente no había bancos, los bandidos de la zona guardaban el oro que robaban en esa piedra y su nombre viene de ahí; tenía tres agujeros, hoy
tapados, seguramente.


(Ibídem, p. 371)
La piel de buey y la cueva de los ladrones (Lapur zulo)
Los más famosos ladrones de los alrededores  guardaban su tesoro en una cueva de Gorbeia, dentro de una piel de buey. Nadie sabe dónde está esa piel de buey, aunque debe estar entre Austigarmin y Sastegi, no muy lejos de la “cueva de los ladrones” (Lapur  zulo); no hace mucho todavía que algunos
creyeron haberla encontrado. La “cueva de los ladrones” (Lapur zulo) también era algo así: tenía dos agujeros y los ladrones entraban por uno y, tras esconder allí sus tesoros, salían por el otro.


(Ibídem, p. 373)
Las lamias maldicen al ladrón de Urigoiti
No he visto nunca casa en la que se haya cebado tanto la desgracia como en la familia que habita el caserío de Urigoiti Efectivamente, – me replicó Peru – hace bastante tiempo, desde muy antiguo
les persigue la mala suerte. Dinero ya tendrán, pero calamidades no les faltarán también; por supuesto que solo ellos tienen la culpa, pues no impunemente se les ofende a las «lamiñas».
Algo de eso tengo oído a mi madre, pero siempre he pensado que serían historietas fantásticas.
¿Historietas? Sí, sí;  en la cueva de Supelegor tenían su vivienda las «lamiñas». De carácter alegre, solían pasar la mayoría de las horas cantando y siempre que mi abuelo, que también se llamaba Peru, se cruzaba con ellas, a distancia respetable, le gastaban algunas bromas. Al principio se molestaba
con las mismas, pero como se decía que tenían mucho poder, las temía bastante, por lo que procuraba hacerles creer que no les oía sus burlas jocosas.
Cierto día, hallándose en la taberna del pueblo, entre trago y trago, contó a los asistentes a ella, algo relativo a las «lamiñas», diciéndoles, entre otras cosas, que poseían todo un ajuar y neceser de oro riquísimo: peines, cucharas, tenedores, cazuelas, parrillas, espejos, etc, etc, y que les había visto
con frecuencia hacer uso de dichos utensilios.
Prestando mucha atención a lo que decía mi abuelo, encontrábase el inquilino del caserío Urigoiti, siendo entonces uno de los vecinos más necesitados del pueblo. Terminado que hubo la relación se dirigió a su casa lo más presto posible, para contar a su mujer todo lo que había oído en la taberna. Entroles
la tentación de poseer parte de dichos objetos, para remediar todo lo posible la situación intolerable de su casa.
Dando vueltas al asunto, acordaron por fin, que en un momento de ausencia En el original, Urizgoiti, pero, sin duda, es una equivocación y se refiere al Urigoiti de Orozko-
-Orozco de las «lamiñas», aprovecharía el marido para penetrar en la cueva  y apoderarse de las riquezas que poseían. Pusieron en práctica su proyecto, empezando el marido por rondar los alrededores de la cueva para enterarse de sus costumbres, hasta que por fin, cierto día, aprovechando la ausencia de sus dueñas, pudo conseguir su propósito, apoderándose del tesoro de las «lamiñas».
Regresando hacia su caserío, cerca de Atxulaur (lugar donde un gran arco natural, denominado Atxulo, sirve de entrada al soberbio anfiteatro de peñas calizas de Itxine) tropezó con las «lamiñas» que se dirigían a su alojamiento; y al notar éstas su azoramiento, le preguntaron si, encontrándose enferma su
mujer, había ido a la nevera, a coger nieve para ponerle bolsas en el estómago. Contestó él, de malos modos, que su mujer, gracias a Dios, gozaba de buena salud, pero que se había visto obligado a ir en busca de nieve para ayudar al parto de una cerda, que no venía muy bien. Y como, por la cuenta que le tenía, sentía pocas ganas de conversación, se despidió alejándose rápidamente.
Una vez llegadas las «lamiñas» a su habitación, observó una de ellas la falta de muchos objetos de su pertenencia, y ante sus gritos acudieron todas presurosas a ver lo que ocurría, preguntando las causas de tal alboroto.
Puestas a pensar quién pudiera ser el ladrón, recordaron la escena con José Miguel, el de Urigoiti, y en él recayeron las sospechas.
Empezaron sin tardanza las averiguaciones, comprobando la falsedad de la afirmación del de Urigoiti. Enteráronse también de los rumores que corrían por el pueblo de haber mejorado de posición, pues era casa en la que no se vio nunca entrar la abundancia de género que entraba en aquellos días, con la
particularidad de que pagaban al contado.
No necesitaron saber más para cerciorarse efectivamente de que José Miguel era el ladrón; y aquella noche se reunieron en el portal del caserío de Urigoiti, reclamándole una y otra vez los objetos robados.
José Miguel despertó a su mujer todo tembloroso y le dijo que, remordiéndole la conciencia, se veía precisado a devolver a las «lamiñas» los objetos robados; pero tal maña se dio ella para convencerle de que no debía hacerlo, haciéndole ver lo bien que se vivía con abundancia de dinero que, al fin, convencido, acordaron mutuamente no hacer caso de la devolución.
Durante varias noches repitieron las «lamiñas» su reclamación, sin ningún resultado, y entonces lanzaron la maldición que aun pesa sobre los habitantesApéndice documental del caserío y sus descendientes.
Desde ese día, las desgracias se amontonan en el seno de la familia del caserío de Urigoiti: hoy se despeña una vaca, en los riscos del  Gorbeia; mañana se come medio rebaño de lindos corderos el lobo; otro día se cae de algún árbol un hijo de ellos, fracturándose algún miembro; y así transcurren
los años, sin dejar de cebarse la desgracia en esta desdichada familia.

 
(Leyenda recogida por ITURBE. Euskerea 1931,
Mayo, pp. 634-635)
La Dama de Anboto seduce y apresa a un pastor de Usabel
Cuéntase que un atrevido pastor de Orozko, desoyendo los consejos que le dieron otros pastores del macizo de Itxina, construyó su txabola en las cercanías de Supelegor, pero fue embobado y apresado por la Dama de Anboto que, en forma de joven señora, se le apareció. No sin grandes pericias pudo evadirse de la cueva, pero a causa de las heridas sufridas en su intento de fuga con el cuervo en que se convirtió la lindísima mujer, pereció días después, en su casa de Usabel.  Desde entonces, nadie ha osado construir su chabola en tal paraje.


(APRAIZ, J. Cumbres legendarias: Aralar,
Gorbea. Bilbao)
Los gentiles raptan a una joven en Olabarriandikoa
Por cierto que, según recogimos en Zubiaur (Orozko), se cuenta la leyenda de que los habitantes del castillo de Untzeta cogieron un día a una joven del caserío Olabarriandikoa. Los hermanos de la muchacha fueron al castillo armados de palancas de hierro y libraron a la prisionera después de un duro
combate con los soldados. Desde entonces se conoce a los de esa casa como Hierro Palancos.


(Recogida por PEÑA SANTIAGO, L.P.  Gorbea,
montaña vasca. San Sebastián, 1986 , p. 222)
Una mujer de Maiortu, partera de los gentiles
Pablo Azkoaga de Orozko (Barrio de Zubiaur) nos relato (…) la siguiente leyenda: Él había oído contar a sus abuelos que los «gentiles» vivían en Gentil Zulo, cueva próxima al barrio de Anguru, de Orozko. Una noche se presentaron los «gentiles» en un caserío de Maiortu, de Orozko, buscando a una mujer
que hiciera de partera para ayudar a parir a una «gentilla». Le prometieron que ellos le llevarían sin daño hasta la cueva y que ellos también la devolverían, de nuevo, sana y salva a su casa.
La mujer fue con ellos y ayudó a la «gentilla» a dar a luz. Luego, en la cena, los «gentiles» le sacaron pan blanco para comer, y la mujer escondió lo que sobró en la faltriquera.
Al ir a marcharse a su casa, la puerta de la cueva no se abrió. Entonces le dijeron los gigantes:
– ¡Mujer! ¿Has robado algo de esta casa? ¿No será un poco de pan?
– Sí, así es- contestó la mujer de Maiortu.
– Si es eso solo, te daremos un pan entero – afirmaron los «gentiles».
Y le dieron una barra grande de pan, la puerta se abrió y la llevaron a su caserío.


(Recogida por PEÑA SANTIAGO, L.P.  Leyendas
y tradiciones populares del País Vasco. San
Sebastián 1989, pp. 37-38)
Unos hombres de  Arrugaeta ven pasar a  la  Dama de  Anboto  a
Gorbeia
Unos hombres del barrio de Arrugaeta, de Orozko, fueron a por helecho a los montes próximos del  valle. Estando en esta tarea, se levantó un viento muy fuerte y el cielo se ensombreció. Fue entonces cuando, mirando a lo alto, vieron cruzar por el cielo una enorme bola de fuego que se desplazaba a gran
velocidad.
El de más edad de entre ellos les dijo que esa bola era Anbotoko Damie que iba de su morada en las proximidades de la cima de Anboto a su cueva de Gorbeia.
Quienes vivieron estos momentos contaban todavía muchos años después que aquella visión les dejó paralizados, asombrados, hasta el punto de que no pudieron recoger el helecho que habían ido a buscar y que incluso los bueyes se asustaron y no los pudieron dominar durante largo rato.


(Ibídem, p. 175)
Las lamias de Le ziaga hacen desaparecer a una muchacha de Usi
Una de las habitaciones de las lamias es la sima de Leziaga. Esta se halla en el km. 20 de la carretera de Areta a Orozko, en el barrio de Anuntzibai, a donde se llega pasando el río por un puente de bella factura construido en el año  1741. Allí se ven todavía las ruinas de una vieja ferrería. En las cercanías está el caserío de Usi, y no lejos de éste se abre el antro de Leziaga, que si bien tiene su entrada en forma de sima de unos cinco metros de profundidad, continúa en lo restante en forma de cueva. El día 15 de mayo de 1960, cuando el Grupo Espeleológico de  Bizkaia visitaba la cueva, uno de los miembros, Ernesto Nolte, recogió de boca de los campesinos de aquella localidad el relato siguiente: «En Leziaga habitaban varias lamias. Un día se presentó a ellas una chica del caserío Usi, que fue obsequiada por aquellas con una brazada de oro que había de ser para ella , a condición de que no volviera más a visitarlas. No obstante, ella desobedeció y fue a visitarlas de nuevo. Las lamias no la dejaron salir del antro. Entretanto los familiares de la chica quisieron ir a buscarla; pero la sirvienta que tenían les dijo que, si mandaban hacer una misa, la joven secuestrada saldría, sin duda, de la cueva.
Por lo visto la misa no se hizo con todos los requisitos establecidos para el caso, pues la chica no salió nunca del antro. En cambio salió del subterráneo una voz que decía:  “en el futuro no faltará oro en el caserío de Usi, pero también habrá siempre una persona loca”».


(Recogida por BARANDIARAN, José Miguel de.
Lamias que secuestran a los hombres. La voz de
la madre, nº 189, Nov. 1962, Secc. EuskoFolklore.
San Sebastián)-
Los gentiles juegan a los bolos en Untzeta y Santa Marina.
En el barranco de Urdiola (Arrankudiaga) situado entre el monte de este nombre y el del «Castillo de Arakaldo» (donde se ven ruinas de un antiguo castillo que el vulgo dice perteneció a los moros), existen dos o tres piedras redondas, a modo de bolas muy grandes. Cuentan los habitantes de Arrankudiaga que antiguamente jugaban a los bolos los gentiles desde uno al otro monte; pero habiendo chocado las bolas, cayeron al barranco, donde se han conservado hasta ahora.
Cuentan en Orozko que los gentiles jugaban a la pelota con piedras redondas de cuatro o cinco arrobas, colocándose unos en el monte Untzeta y otros en el de Santa Marina.


(BARANDIARAN, José Miguel de. El mundo en
la mente popular vasca. Zarauz 1960. Colección
Auñamendi, nº 12, pp. 112-113)
Las lamias bajan por la chimenea de Anguru
En cierta ocasión, dicen que una lamia , que solo tenía un ojo, solía venir todas las noches a Anguru y le decía a la mujer que asaba tocino:  Dame un poco, dame un poco.  Y, poco a poco, le quitaba todo el tocino que tenía en el estilete. Dicen que la mujer estaba contrariada.
Dicen que, una vez,  el marido de  ésta, disfrazado de mujer, se puso a asar tocino y que  bajó esa lamia por la chimenea, diciendo como siempre:  Dame un poco.
Dicen que se acercó al hombre y que le dijo: De anoche acá, te ha crecido la barba.
Entonces, el hombre le metió el estilete por el ojo.


(Recogida en 1920 a Pablo de Gezala,  el de Santa
Lucía de  Laudio-Llodio, por  BARANDIARAN,
José Miguel de. Ibídem, pp. 61-62)
En Olarte, una neblina anuncia la llegada del cristianismo
Cuentan en Olarte de Orozko que antes andaban por aquellas tierras muchosApéndice documental gentiles. Una vez vieron aparecer en lontananza una neblina (lañu marismea). Había entre ellos un anciano sabio que, a causa de alguna enfermedad, tenía cerrados continuamente los párpados y no veía.
Abriéronselos con  horquillas de madera,  y, al ver la neblina, anunció el próximo advenimiento del Cristianismo.


(Recogida en 1923 a Pedro María de Sautu,  el de
Olarte,  por BARANDIARAN, José Miguel de.
Ibídem, p. 82)
El ladrón de Atxulaur
Refieren en Orozko que, en una cueva que se abre en aquella parte de Itzine conocida con el nombre  de Atxulaur, en el lado oriental del boquete Atxulo, vivió  antiguamente  un famoso  ladrón que  logró juntar en su guarida gran cantidad de oro. Mas, sorprendido en su mal oficio, fue preso en los confines de Francia.
Nada declaró acerca del sitio donde guardaba sus riquezas, hasta que llegó la hora de su muerte. Después de ella, vinieron a Atxulaur unos forasteros, mas no pudieron apoderarse del oro de la cueva, por hallarse ésta habitada por un extraño toro que lanzaba fuego por  la boca y  las  narices  y cuidaba de que nadie tocase el tesoro ni se le acercase siquiera. Más tarde, volvieron los forasteros con los huesos del ladrón, los cuales  depositaron en la cueva  de Atxulaur. Hecho esto, pudieron libremente extraer las riquezas que allí había, pues el toro, que era el alma del ladrón, no volvió a aparecer.


(Recogida en 1922 a Pedro María de Sautu, de
Olarte, por BARANDIARAN, José Miguel de. El
mundo en la mente popular  vasca. Zarauz 1961.
Colección Auñamendi, nº 18, p. 77)
El cura de Azpuru se olvida el breviario en  Supelegor y los buitres no entran hasta que su criado lo saca.
Dicen que el cura de Azpuru fue, con su criado, a la cueva de Supelegor y que se dejó olvidado el libro en la cueva. Cuando bajaba de Atxulaur, dicen que todos los peñascos de allí arriba estaban llenos de buitres y que, luego, se oyó un gran ruido. Dicen que entonces se  dio cuenta el cura de que  había dejado el libro en una repisa de cierto lugar de la cueva, que le dijo al criado fuera a traerlo, pero que éste tenía miedo de los buitres. Dicen que el cura le dijo:  “No temas  y vete, que yo cuidaré de estos”. Dicen que fue y que, cuando salió tras coger el libro, todos los buitres entraron en la cueva.


(Ibídem, p. 82)
Un pastor que coloca cruces en Supelegor es atacado por buitres.
Un pastor construyó su choza cerca de  Supelegor. Como era precavido, colocó en la entrada de la cueva cruces y cera bendita. Mas luego le vino una banda de buitres que, posándose en el techo de la choza, le molestaban diciendo que quitase de la cueva aquellas cosas. No tuvo pues más remedio que quitarlas y en adelante no fue molestado.


(Ibídem)

Las brujas llevan al cura de  Azpuru y a su criada a los toros,  a Madrid.
Dicen que el cura de Azpuru tenía “familiares” y que su criada le dijo un día:
– ¡Qué a gusto iría esta tarde a los toros de Madrid!
Dicen que el cura le dijo:
– Pues, si quieres, iremos con esas.
Y cogieron a los “gusanos” y, después de comer, dicen que fueron a los toros de Madrid. Pararon en la plaza de Oriente. Y dicen que en los toros había otros muchos que tenían “gusanos” y que uno dijo:
– ¡Mirad allí al cura de Azpuru con su criada!
Pero no le creían. Entonces él dijo:
– Pues, si quereis, os traeré su zapato.
Dicho y hecho: dicen que les trajo el zapato del cura.
Pero dicen que, luego, el cura de Azpuru le dijo:
– Si no me devuelves el zapato, te fundiré en la frente un cuerno.
Y se lo fundió, así que, de ganas o por fuerza, se avergonzó y le tuvo que devolver el zapato.
 
Apéndice documental
(Ibídem, p. 107)
Los lobos devoran a una joven en Aranekoharri.
“Una joven del caserío Arane subió una vez a Gorbeia a retirar las ovejas de su rebaño, que pacían en aquella montaña. Pero, envuelta de improviso por espesa nube, se desorientó de tal suerte, que no pudo hallar el camino de su casa. Allí se le hizo de noche. Luego vinieron unos lobos y la devoraron. Su
familia la buscó en vano por muchos días. Solo hallaron sus cabellos en el collado de Aranekoarri.”
Este nombre parece sería primitivamente de alguna piedra que existió en aquel collado. El día 23 de Mayo de 1922, hice una excursión por aquellas montañas, acompañado de un labrador de Orozko. Éste no sabía cuál era la piedra. Entre otras muchas, vimos dos no muy grandes, empotradas en el suelo a modo de mojones, una frente a la otra. Mandé hacer una excavación a su lado y hallé un pedernalito informe y un trozo de cristal de roca, hallazgo que, por su semejanza con objetos que se descubren en nuestros dólmenes, me hicieron pensar que allí existió quizá algún túmulo o sepultura prehistórica. Pero nada puede afirmarse con seguridad.


(Ibídem, pp. 110-111)
Los difuntos se aparecen en Torrelanda y Aranguren.
Un condenado se apareció en el río de Orozko, cerca de la ermita de Santa Magdalena de Torrelanda, y le rogó a una persona que pasaba por allí que le quitase el hábito con el que estaba amortajado. El transeunte se lo quitó con un gancho largo.
Un hombre del caserío Santuena, del barrio de Aranguren, iba una vez a la iglesia de Olarte y, en pleno día y con sol, veía junto a sí dos sombras humanas, las cuales le acompañaron hasta la pila de agua bendita que hay a la puerta de la iglesia. A la vuelta, le ocurrió lo mismo, hasta llegar a la cruz que había en Aranguren.
Extrañado del suceso, se lo refirió al señor cura. Éste le dijo que la segunda sombra era el alma de algún difunto y que, si volvía a verla, le preguntara qué se le ofrecía. Así lo hizo y la sombra le contestó que le hacía falta una misa, que en vida había prometido mandaría celebrar en el altar del Rosario de la- 184 -Orozco iglesia de Olarte, pero que había muerto sin cumplir su promesa.
El de Santuena hizo celebrar la misa y él mismo asistió a ella. Durante el sacrificio, vió en la iglesia una paloma blanca que volaba alrededor del retablo del altar, hasta que, al comulgar el sacerdote, subió y desapareció. Al salir de la iglesia, volvió a ver la sombra: le alargó un pañuelo para despedirse de ella ,
la sombra lo tocó y dejó impresa en él la huella de su mano.


(BARANDIARAN, José Miguel de. Obras
completas. Tomo III, pp. 61-62)
El cura de Azpuru tiene domesticadas las lamias de “Jentilzulo”, en Anguru.
Un sacerdote tenía secuestradas las lamias de la cueva de Jentilzulo. Esta se halla a la orilla izquierda de la carretera de Areta a Orozko en la falda SW del monte Untzeta, cerca del barrio de Anguru…Las lamias que en un tiempo la ocuparon, fueron aprehendidas y encerradas en una cajita por dicho sacerdote. Un día en que éste se marchó a celebrar misa en el pueblo de Murueta, su llavera, más curiosa que prudente, abrió la cajita. Las lamias, saliendo de su encierro, preguntaron a la llavera qué trabajo quería que
hicieran. La llavera les contestó que le trajeran leña. Se la trajeron en efecto; pero en forma de troncos enteros y en tal cantidad que le llenaron la era.
De nuevo las lamias se le ofrecieron y la llavera les pidió que le acarreasen agua valiéndose de una criba, cosa que les fue imposible .


(Recogido  en Azpuru  por NOLTE, E. en 1960 y
publicado por BARANDIARAN, José Miguel de,
en Eusko-Folklore. Materiales y Cuestionarios, 3ª
serie, nº 15, 1961)
Las lamias asustan a las ovejas en  Supelegor y dejan sus huellas repetidamente.
Un pastor se albergaba en la cueva de Supelegor en compañía de otros cuatro pastores. Allí mismo reunían, sobre todo por las noches, a causa de los lobos, más de 500 ovejas. Había momentos en que éstas se levantaban repentinamente y corrían de un lado al otro, como asustadas por algo insólito.
Aparecían muchas huellas de pies de niños de 6 a 8 años, marcadas en el lodo del suelo,  y, aunque fuesen borradas por los pastores, al día siguiente aparecían de nuevo. Los pastores las atribuían a la lamias.  Éstas ya no existen, porque fueron desterradas por el Evangelio.


(Ibídem, nº 16)
Don  Diego  López, señor de  Bizkaia, y su mujer de pie deforme, como de cabra.(Leyenda)
Cómo don Diego López, señor de  Bizkaia, biznieto de don Froom, se  casó con una mujer que encontró en el monte,  bajo  la  condición de que no se santiguase, y de lo que le sucedió con ella; sigue el  linaje de los señores de Bizkaia.
Don Diego  López era  muy aficionado a la caza y, estando un día en su parada, esperando  al jabalí, oyó que una mujer  cantaba desde lo alto de una peña; se acercó y  vio que era muy hermosa y  elegantemente vestida; se enamoró locamente de ella y le preguntó quién era; ella le respondió que era
una mujer de alto linaje y entonces, él le dijo que era el señor de toda aquella tierra y que, si le aceptaba, se casaría con ella; la señora aceptó, a condición de que le prometiera que nunca se santiguaría delante de ella; se lo  prometió y se fue con él.
La señora era muy hermosa y muy bien conformada en todo su cuerpo,  pero tenía un pie deforme, como de cabra.  Vivieron juntos mucho tiempo  y tuvieron dos hijos: el primero varón, de nombre  Eneko Ezkerra (Enheguez Guerra) y el otro hembra, por nombre … Cuando comían juntos don Diego y su mujer, se sentaban él junto a su hijo y ella junto a su hija.
Un día fue él al monte y mató un jabalí muy grande, lo trajo a casa y se puso a comerlo con su mujer y sus hijos; lanzaron un  hueso de  la mesa  y se lo disputaron un alano y un podenco, de tal manera que el podenco le enganchó al alano en la garganta y lo mató. Don Diego  López, al ver esto, lo tuvo por
milagro, se persignó y dijo:
– ¡Santa María me valga! ¿Quien ha visto nunca algo así?
Su mujer, cuando lo  vio signarse, echó mano de su hijos, pero don Diego sujetó   al chico y no lo soltó; ella escapó con la  chica por una  ventana del palacio y se fue a las montañas, de forma que no la s volvieron a ver más.
Al cabo de algún tiempo, don Diego  López fue  a luchar con los moros y estos lo prendieron y lo llevaron preso a Toledo. Su hijo Eneko Ezkerra no se resignaba a que su padre  estuviera en prisión  y fue a hablar con los de su- 186 -Orozco tierra sobre la  manera  en que  podrían librarle.  Le  respondieron que no  lo
sabían, pero que fuese a las montañas y hablase con su madre: ella le diría cómo librarle.
Fue allá, solo, en su caballo, y la encontró encima de una peña; ella le dijo:
– Hijo mío, acércate, porque ya sé qué quieres.
Se acercó y, entonces, le dijo:
– Vienes a preguntar cómo librar a tu padre de la prisión.
Llamó entonces a un caballo que andaba suelto por el monte, le llamó por su nombre, Pardo, le  colocó el freno y le dijo que no se lo quitara  ni le desensillara, que  no le diera de comer ni beber  y  ni lo herrara, que este caballo le duraría toda su vida y vencería siempre que entrara en liza montado en él. Le dijo que subiera a él, porque  ese mismo día le pondría en Toledo, delante de la puerta donde  yacía su padre, y  que se bajara ante la puerta  en que el caballo le pusiere, porque encontraría a su padre en un corral; que lo cogiese de la mano,  indicase que quería hablar con  él aparte y lo acercase hacia la puerta donde estaba el caballo y, cuando estuvieran allí, que subiesen ambos al caballo,  porque antes del anochecer estarían en su tierra. Y así fue.
Después, al cabo del tiempo, murió don Diego López y le heredó su hijo, don Eneko Ezkerra.
Algunos vizcaínos dijeron y dicen hoy en día que  éste tiene a Bizkaia por su madre y que, cuando el señor de  Bizkaia está en una aldea que llaman Busturia, manda poner los despojos de las vacas que matan en su casa todos juntos  fuera de la aldea,  en una  peña, y que, a la mañana siguiente, no encuentran allí nada y dicen que, si no lo hubiera hecho así,  habría recibido daño ese día o esa noche en algún escudero de su casa o en alguna cosa que deseara mucho. Esto siempre lo hicieron así los señores de Bizkaia, hasta la
muerte de don Juan el tuerto  y, algunos que intentaron no cumplirlo, enfermaron. Y, además, dicen hoy en día  de él  (Eneko Ezkerra)  que  yacía con algunas mujeres de sus aldeas aunque ellas no querían y venía a ellas en figura de escudero y que todas con las que yacía quedaban preñadas. Este Eneko Ezkerra, señor de Bizkaia, no tuvo ningún hijo, sino una hija  llamada doña Munia Iñiguez, que casó con don Fernando, hijo  bastardo  del rey de Navarra, que hizo en ella un hijo de nombre Lope el Hermoso …


(Leyenda oral recogida, entre 1325 y 1344, por
BARCELOS, Pedro de.  IV  Li v r o   da s LinhagensApéndice documental – 187 –
do Conde D. Pedro, fol. XXXV rº y vº; publicada
en  A. Herculano: Monumenta Portugaliae
Histórica. Scriptores I. Lisboa 1856, pp.  258-259.
Versión al castellano por Pedromari Ojanguren.
Ver también  BARANDIARAN, José Miguel de.

Procedencia www.amaroa.com

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